Trepé al castaño y observé sin pestañear, ellos estaban tumbados en un pequeño claro al que yo iba a menudo para sentirme solo y libre. Estaban muy juntos y reían como mi hermana y yo cuando poníamos en marcha alguna travesura; mientras él la acariciaba por debajo de la camiseta, ella jugueteaba con su pelo rizado de una manera que yo conocía bien. Algo me obligó a volver a casa sin ver como acababa todo aquello.
Aquella noche, al darme las buenas noches, ella me revolvió los rizos.
Me sentí todo un hombre.