Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada guardaban
olores que hacía tiempo había olvidado. La cocina olía a las lentejas que habían
comido religiosamente todos los lunes durante años; aquel dormitorio sombrío
guardaba el olor a sexo de algunas mañanas de domingo y al abrir la puerta del
cuarto del fondo le pareció sentir el aroma agridulce del bebé después de una
calurosa noche de verano. La chica de la inmobiliaria sin preguntar nada la miró
con aquel gesto de cansancio que ya era habitual y al cerrar la puerta le tendió un papel con la
nueva dirección y solo dijo: Hasta mañana.